En América Latina y el Caribe se han logrado avances innegables en la erradicación de la pobreza en este siglo. A principios de la década de 2000, aproximadamente la mitad de los habitantes de la región vivían en situación de pobreza, es decir, en hogares con un ingreso per cápita de menos de 6,85 dólares diarios (medido en dólares de 2017). Hoy, la proporción de personas consideradas pobres ha disminuido sustancialmente (uno de cada cuatro ciudadanos de la región vive en la pobreza), a pesar de importantes shocks macroeconómicos, desastres climáticos y una pandemia mundial. Si bien el avance es encomiable, no es suficiente.
Si analizamos los datos del informe Actualización sobre pobreza y desigualdad en América Latina y el Caribe del Banco Mundial, un informe anual exhaustivo sobre el tema, hay algo que queda claro: la región necesita recuperar el impulso. Los mayores avances en materia de reducción de la pobreza se produjeron en los primeros 15 años de este siglo. Desde entonces, la mejora ha sido notablemente más lenta. La pandemia, sin duda, tuvo un impacto, pero cinco años antes de que la COVID-19 llegara a la región, ya se veían signos de desaceleración en la reducción de la pobreza.
En 2019, la tasa de pobreza general de la región fue del 28%. En 2021 alcanzó un máximo del 30% y el año pasado bajó al 25%. Hoy, las tasas de pobreza en la región son inferiores a las registradas antes de la pandemia. Es una buena noticia, pero al desglosar las cifras se revelan desafíos pendientes.
Un análisis más detallado de los datos muestra que los avances en Brasil y México explican una parte importante de los avances logrados en la erradicación de la pobreza en la región. En Brasil, la pobreza se redujo del 26% en 2019 a un estimado del 22% en 2023. Esta reducción se atribuye en gran medida a la expansión del programa Bolsa Familia , pero también hubo un aumento notable de los ingresos laborales. En México, la pobreza se redujo del 28% al 21% durante el mismo período, con un claro crecimiento pro-pobre de los ingresos laborales con aumentos tanto en los salarios formales como informales. Cabe destacar que los salarios mínimos tuvieron un “efecto faro” en los segmentos informales de la economía.
Sin embargo, en alrededor de un tercio de los países de la región, entre ellos países del Cono Sur, la región andina y América Central, las tasas de pobreza aún se encuentran por encima de los niveles previos a la pandemia.

La inflación es un elemento crítico que explica por qué los ingresos reales de los segmentos pobres de la población han caído en muchos países de América Latina. El aumento de la inflación afectó las canastas de consumo de las poblaciones más pobres y, como la inflación de los alimentos fue mayor que la de otros productos y servicios en los años posteriores a la pandemia, el poder adquisitivo de los pobres se ha deteriorado más que el de los no pobres. Los ingresos reales también han caído a medida que los programas de transferencia de ingresos para los pobres que se crearon o ampliaron durante la pandemia se han ido desvaneciendo gradualmente.
Un tercer elemento es el ingreso laboral, que representa entre tres cuartas partes y cuatro quintas partes de los ingresos de los hogares, según el país. Sin embargo, el ingreso laboral no ha variado de manera uniforme en todos los niveles de ingreso. Por ejemplo, en El Salvador, el ingreso laboral del ciudadano promedio aumentó, pero el de los tres deciles de ingresos más pobres disminuyó. Esto pone de relieve la importancia de un enfoque distributivo al evaluar el bienestar de las personas, analizando más allá de los indicadores promedio.
Otro indicador que merece especial atención es la informalidad laboral. Los empleos formales son cruciales para combatir la pobreza porque suelen estar asociados a otras condiciones deseables, como estabilidad laboral, seguridad de ingresos, protección social y mayores ingresos. Sin embargo, los datos del Banco Mundial muestran que sólo uno de cada tres empleos en la región es formal. Sin embargo, entre los pobres, la tasa de formalidad es cercana a cero, tanto para los trabajadores autónomos como para los asalariados.
El papel de las políticas públicas
¿Cómo puede la región recuperar el impulso para seguir reduciendo la pobreza? En primer lugar, se necesitan mejores condiciones macroeconómicas. Esto empieza por controlar la inflación (“un impuesto para los pobres”), pero va más allá. Los países necesitan recuperar el crecimiento económico para crear más y mejores empleos. La historia de éxito de los primeros quince años de este siglo está asociada al fuerte crecimiento que tuvo América Latina y el Caribe durante ese período. Entre 2000 y 2015, la tasa de crecimiento anual promedio de la región fue de 2,8%, pero entre 2015 y 2023 fue de apenas 0,7%.
La necesidad de un crecimiento renovado es evidente, pero es necesario adoptar un enfoque nuevo. La estrategia 3i del Banco Mundial , centrada primero en la inversión, luego en la infusión de nuevas tecnologías del exterior y, por último, en la innovación, debería mejorar la productividad y la creación de empleo. Corea del Sur es el ejemplo paradigmático de esa estrategia; Polonia y Chile también merecen ser destacados.
El segundo conjunto de políticas debería apuntar a apoyar a los hogares pobres y vulnerables para que puedan acceder a buenos empleos y complementar sus ingresos cuando sea necesario. Alrededor de una quinta o una cuarta parte de los ingresos de los hogares provienen de fuentes no laborales. En el caso de los pobres y vulnerables, la mayor parte de los ingresos no laborales provienen del gobierno a través de transferencias de efectivo. Esto ha sido así en tiempos de pandemia y en tiempos no pandémicos, y muestra claramente cuán importantes son las transferencias para los ingresos de esos hogares.
Cuando las restricciones fiscales son acuciantes, los gobiernos necesitan un nuevo enfoque. El desafío es encontrar formas de mejorar los mecanismos de focalización de las transferencias para aumentar la eficiencia. Aprovechando los macrodatos y las herramientas computacionales actualizadas, los países deberían poder identificar mejor quién necesita apoyo, cuándo lo requiere y cómo prestarlo. De esta manera, las redes de protección social adaptativas son objetivos alcanzables, con capacidades ágiles para ampliarlas o reducirlas según sea necesario.
El ingreso laboral es el tercer elemento esencial para combatir la pobreza. Para cualquier hogar, el segundo predictor más importante de la salida de la pobreza es que uno de sus miembros pase del desempleo a un trabajo de tiempo completo. Conseguir un trabajo formal es el predictor más significativo. La estrategia 3i requiere apoyar a los pobres para que puedan acceder a empleos formales de calidad. Para ello, existen opciones de corto y mediano plazo.
A corto plazo, los gobiernos podrían ayudar a los trabajadores pobres a conocer las oportunidades laborales y apoyarlos en la preparación de las entrevistas de trabajo. Las políticas activas del mercado laboral serán muy útiles, especialmente las de intermediación laboral. A mediano plazo, la estrategia debe complementarse con inversiones en la acumulación de capital humano. Esto implica el desarrollo de habilidades a lo largo del ciclo de vida, para lo cual se necesitan seriamente inversiones en infraestructura y en la profesión docente.
América Latina y el Caribe ya ha demostrado que puede lograr avances significativos en la reducción de la pobreza en un corto período de tiempo. Para retomar esa senda es necesario ajustar y mejorar las políticas públicas basadas en evidencia. Los datos actualizados nos ofrecen una hoja de ruta clara. Ahora es el momento de actuar.
Fuente: https://www.americasquarterly.org/article/can-latin-america-regain-momentum-in-fighting-poverty/
