La llegada del siglo XXI ha supuesto un nuevo cambio de paradigmas que ha afectado nuestra vida diaria y la manera en cómo percibimos y nos relacionamos con la realidad.
En un mundo cada vez más interconectado, las llegadas del internet, las plataformas sociales y más recientemente de la Inteligencia Artificial, han supuestos avances positivos en las ciencias, la economía, las comunicaciones y hasta en el arte, pero igualmente han traído grandes retos.
Ante las rápidas transformaciones que suceden a nuestro alrededor, todos deseamos mantenernos al día compartiendo y recibiendo información, haciendo uso de las ventajas de una conectividad sin fronteras, pero ¿estamos hablando de información o desinformación?
Usamos las redes sociales para casi todo: dar voz a la gente, crear conciencia, promover el cambio social, eliminar barreras, hacer un llamado a la acción, expresar nuestra opinión o ayudar a organizar grupos con objetivos afines sin embargo, en las manos equivocadas, estás posibilidades ilimitadas, se convierten en armas de doble filo, al crear una verdad paralela y distorsionada, motivada en muchos casos por objetivos oscuros que busquen fabricar pruebas, dañar la reputación de alguien, defraudar al público o socavar la confianza en la democracia y sus instituciones.
Identificar qué es y que no es información, no es fácil.
En tiempos donde prolifera el llamado “Trastorno de la Información” según la Organización de Naciones Unidas (ONU) o como la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) llamó al fenómeno: “infodemia” en relación con esa información que circula en las redes, que no permite distinguir entre fuentes confiables y datos fidedignos.
No hay duda de que la información rescata su valor intrínseco y se mantiene como un bien público de primera necesidad, pero con el exceso de información, buena y mala, se ha generado un efecto no deseado: mayor confusión, datos incorrectos o falsos, que continúan circulando entre usuarios que confían en su veracidad.
En lo que respecta a la desinformación, “las redes sociales redujeron a cero el costo de distribución, y la inteligencia artificial generativa reduce a cero el costo de generación”, según, Renée DiResta, del Observatorio de Internet de Stanford, en un artículo de The Economist, publicado en mayo de 2024.
Entonces, si estamos mal informados, ¿cómo podemos entender el mundo que nos rodea?
El escenario de las noticias falsas o “fake-news”, se ha sofisticado tanto que además hay distinguir entre la información errónea o información falsa difundida sin intención de perjuicio o la desinformación creada y compartida por quienes buscan infligir un daño y finalmente la mala información o el intercambio de información que no necesariamente implica falsedades pero busca comunicar, hechos mayormente ciertos, narrados fuera de contexto o combinados con falacias que respaldan la manipulación del mensaje.
Entonces, ¿cuál es la verdad y dónde está?
Para empezar, la verdad es la coincidencia entre una afirmación y los hechos por eso, para equilibrar la inmediatez que brindan las redes sociales y afines, es importante desarrollar el pensamiento crítico.
Obviamente, la información tiene muchos matices y desafíos y generalmente la veracidad de la información tiene que ver con el porcentaje de elementos subjetivos y objetivos que pueda contener, En este caso, hay que poner atención a las fuentes.
Aquí la regla de oro es la verificación sobre la confianza a ciegas y no darle oxígeno a una información errónea, compartiéndola sin antes verificarla.
El tema de la verdad es importante porque, al ser el núcleo central de la información, ayuda a generar nuevas actitudes, influye en los valores establecidos, en las creencias y hasta puede desatar nuevas tendencias políticas, sociales, culturales o afectar la economía, crear apoyos o rechazos y todo gracias al intercambio de ideas que produce, y es que la verdadera información es sinónimo de poder.
Sonia Schott
Periodista y Consultora en Comunicaciones Estratégicas.
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