Por Sonia Schott
Todos sabemos que desarrollar un historial crediticio sólido es crucial en Estados Unidos, ya que impacta significativamente todos los aspectos de vida en el país.
Y es que la falta de un referencial crediticio puede influir en diversas áreas como, el acceder a crédito u obtener préstamos, mientras que una aprobación crediticia alta se traduce en tasas de interés más bajas, pues las entidades bancarias suelen ofrecer condiciones más favorables (plazos de pago más largos, comisiones más bajas) a personas con buen crédito.
El poder reducir la cantidad de los depósitos de garantía en el alquiler o compra de vivienda, por ejemplo, cuenta igualmente y es que los propietarios generalmente verifican las puntuaciones crediticias como parte del proceso porque, una buena puntuación genera confianza, aumentando las posibilidades de aprobación.
Incluso algunos empleadores pueden consultar los informes crediticios como parte del procedimiento de contratación.
En otras palabras, si no tienes (buen) crédito en Estados Unidos, no existes.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando el afectado por el mal crédito es el propio Estados Unidos?
La rebaja de la calificación crediticia estadounidense por parte de Moody’s es un evento significativo con consecuencias a corto y a largo plazo, tanto para los mercados financieros estadounidenses como mundiales y representa una llamada de atención para los responsables políticos.
Según Moody’s “el riesgo crediticio es el riesgo de que una entidad no cumpla con sus obligaciones financieras contractuales a su vencimiento y cualquier pérdida financiera estimada en caso de incumplimiento o deterioro”.
La calificación de Moody’s evalúa la capacidad del emisor para obtener efectivo suficiente para atender la obligación y su disposición a pagar.
Entre las principales razones para esta nueva descalificación de Estados Unidos se cuentan: el aumento de la deuda nacional, que alcanza aproximadamente los 36 billones de dólares; el aumento de los pagos de intereses de la deuda, que están absorbiendo gran parte de los ingresos federales; déficits fiscales persistentes agravados por decisiones políticas como la propuesta de prórroga de la Ley de Reducción de Impuestos y Empleos de 2017, que añadiría 4 billones de dólares a la deuda durante la próxima década y por último, la falta de reformas fiscales para revertir la tendencia.
Moody’s que opera desde 1909, es una de las tres grandes agencias de rating junto con Standard and Poor’s (S&P) y Fitch Ratings, que controlan alrededor del 95% de las calificaciones crediticias de los mercados financieros.
Estas calificaciones ayudan a los inversores a evaluar el riesgo asociado a la compra de bonos u otros instrumentos de deuda al ofrecer data que ayuda a las empresas a gestionar riesgos, identificar oportunidades y tomar decisiones estratégicas.
Una rebaja a menudo expone la falta de compromiso fiscal y en el caso de Estados Unidos, en el mejor sentido puede representar un incentivo para presionar al Congreso y a la Casa Blanca a que adopten políticas fiscales más sostenibles, con mayor escrutinio del gasto y el endeudamiento público.
El presidente Donald Trump y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, rechazaron la rebaja crediticia calificando a Moody’s como un «indicador rezagado», sugiriendo que la calificación se basó en políticas fiscales pasadas y no en el estado de la economía bajo la actual administración; además argumentaron que no refleja con exactitud la fortaleza de la economía estadounidense.
Y es que, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en su lista de las 10 economías más grandes del mundo, 2025, Estados Unidos sigue ocupando el primer lugar con un Producto Interno Bruto, (PIB), de 30,51 billones de dólares seguido de China con 19,23 billones de dólares y Alemania en tercer lugar con 4,74 billones de dólares.
A pesar de esta fortaleza estadounidense, la devaluación crediticia tiene su impacto.
Por ejemplo, los rendimientos de los bonos del Tesoro estadounidense podrían aumentar a medida que los inversores exijan una mayor rentabilidad por el riesgo percibido, lo que conlleva un aumento en los pagos de intereses de la deuda nacional.
Una rebaja de la calificación socava la confianza de los inversores en la estabilidad de la economía estadounidense dañando su reputación como el prestatario más seguro.
En esta coyuntura, otros gobiernos podrían ser considerados como más rentables para invertir, ya sea por sus instrumentos financieros tales como los bonos de la Unión Europea o bien privilegiando la compra de oro o cripto monedas que no están atadas a ningún gobierno ni tendencia política.
Asimismo, dado que los bonos del Tesoro son la referencia para las finanzas globales, una rebaja de calificación puede desestabilizar los mercados y las carteras internacionales.
En cuanto a la economía nacional, una consecuencia directa es el aumento de los pagos de interés. Con tasas más altas, el dinero de los contribuyentes se destina al servicio de la deuda en lugar de la infraestructura, la atención médica o en la defensa nacional.
Y mientras los rendimientos de los bonos del Tesoro pueden dispararse, los mercados bursátiles suelen caer ante el temor causado por condiciones más restrictivas.
Sin embargo, el panorama no es nuevo.
Estados Unidos ha sufrido rebajas en su capacidad crediticia en tres ocasiones: en 2011 por Standard & Poor’s, en 2023 por Fitch Ratings y recientemente en 2025 por Moody’s Investors Service, perdiendo su última calificación AAA. En casi todos los casos ha sido por el crecimiento de la deuda estadounidense.
Puede que no todo sea negativo si tomamos en cuenta las lecciones del pasado.
Cuando se produjo la rebaja de calificación del S&P 500 en 2011 (de AAA a AA+) hubo una importante ola de ventas en el mercado, pero irónicamente condujo a una menor rentabilidad de los bonos del Tesoro (debido a una fuga de capitales hacia activos más seguros) y aun a pesar de la baja crediticia, la deuda estadounidense, en base a la capacidad de su economía, seguía considerándose segura para invertir.