En los últimos años hemos vivido diversas crisis de la cadena de suministro, tales como la provocada por la epidemia de SARS en 2003, el colapso del sistema financiero en 2008 y la consiguiente crisis de la deuda soberana en 2011, la erupción del volcán en Islandia de 2010, o el terremoto y tsunami en Japón y Fuku­shima en 2011. A todas ellas se une la que sufrimos actualmente relacionada con la pandemia del Covid-19, que por su dimensión social, financiera y temporal demuestra, una vez más, que las cadenas de suministro todavía no están preparadas para tales disrupciones.

Los principales impactos en las cadenas de suministro, que ya son obvios y seguirán perdurando, son los siguientes: falta de materia prima por bloqueo o reducción de la capacidad industrial, rompiendo las cadenas de suministro a nivel mundial; restricciones logísticas en el transporte de mercancías, considerando el acceso limitado a las zonas afectadas; falta de mano de obra por reducción del número de trabajadores disponibles debido al estado de cuarentena; cambios en el consumo, algunos sectores con un impacto muy grande en la demanda, y cambios en los comportamientos de los consumidores.

Aunque el problema que experimentamos actualmente no es inédito y, como señalábamos, tiene referentes en el pasado, parece que no hemos aprendido de esas situaciones. Ahora nos encontramos en una época de gran incertidumbre, con una previsible subida de precios e IPC que puede conducir a una recesión económica importante y al aumento del desempleo. De ser así, volveremos a una situación de cadenas de suministro desajustadas, en este caso por exceso, generando de nuevo reacciones tardías y exageradas, agravando la situación en cuanto a la desaceleración del consumo. Las cadenas de suministro, tal como hoy las entendemos, están diseñadas para amplificar el efecto de pequeñas disrupciones en los volúmenes y en el consumo, tanto al alza como a la baja.

Ante esta situación, existe la urgente necesidad de reestructurar las cadenas de suministro a fin de evaluar y mitigar los riesgos, aumentar la flexibilidad y adquirir una mayor capacidad de adaptación a la realidad, que cambia cada vez con más frecuencia.

Esta reestructuración requiere un profundo conocimiento de la cadena de valor, algo que solo una pequeña parte de las organizaciones tiene. En este sentido, las empresas que invierten en el mapeo de sus cadenas de valor están mejor preparadas para reaccionar frente a cualquier impacto. La información que proviene de este extenso mapeo les permite adquirir un mayor conocimiento y visibilidad sobre toda la cadena de valor, proporcionando a los equipos una capacidad de respuesta más rápida y efectiva. Conocen, exactamente, todos los niveles de proveedores, incluidos los de las materias primas, las regiones en las que actúan, los componentes que producen y los productos de riesgo. Así, son capaces de identificar con rapidez, en minutos u horas, el impacto que podría tener su cadena de suministro a lo largo de días, semanas y meses.

Cuando las empresas saben de antemano dónde se producirá la interrupción y qué productos se verán afectados, necesitarán menos tiempo para ejecutar las estrategias de prevención y mitigación. Cuando ya han tomado medidas, los no preparados siguen recopilando y analizando información. Como consecuencia de los acontecimientos de fuerza mayor, como el actual ataque pandémico, estos mapas de la cadena de valor se utilizan como un roadmap de soluciones para la crisis.

Este tipo de análisis, además del valor añadido que supone el conocimiento que las organizaciones tienen sobre toda su cadena de valor, permite detectar todas las debilidades y rigideces de la misma (estructuras pesadas y complejas con leadtimes de suministro elevados, entre otros), lo que provocará una serie de mejoras a implementar para flexibilizar y agilizar las mismas. Así, el mapeo de la cadena de valor permite reducir el riesgo, enfocándose en factores como: el grado de dependencia de un proveedor, la identificación de proveedores críticos ocultos, el conocimiento de centros de proveedores alternativos que podrían llevar a cabo la misma actividad, el tiempo que le tomaría al proveedor iniciar el envío desde el centro alternativo, proveedores alternativos, etc.

Además, nos permite mejorar radicalmente la velocidad, agilidad y flexibilidad de nuestra cadena de valor, con mejoras como los modelos de reposición basados en el consumo, reducción de los plazos de producción y logística, reducción de tamaños de lote, aumento de la velocidad en toda la cadena, aumento de la capacidad y flexibilidad de la producción y la logística, entre otras.

Cuando la crisis del Covid-19 desaparezca, veremos que las empresas se dividen en dos categorías. En la primera, las que no harán nada, esperando que esta interrupción no vuelva a ocurrir, lo que se traduce en una apuesta muy arriesgada. En la segunda, las empresas que, con las lecciones aprendidas en esta crisis, invertirán en el mapeo de sus cadenas de valor para mitigar los riesgos y evitar operar a ciegas cuando se produzca la próxima crisis. También mejorarán significativamente la velocidad y la flexibilidad de sus operaciones. Estas serán las ganadoras a largo plazo.

Fuente: https://cincodias.elpais.com/cincodias/2021/11/29/opinion/1638206765_195795.html

 

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