En un mundo donde nos estamos acostumbrando a no sentir, a no decir lo que sentimos, a no mostrarnos comprometidos y a hacer lo posible para que los otros no sepan cómo estamos ni lo que nos pasa de verdad, el juego entre la autenticidad y la honestidad emocional parece interesante y prioritario de resolver.

En un mundo de filtros, de mundos, cuerpos y alimentaciones perfectas, ¿cómo se muestra o se refleja la persona auténtica sin parecer intensa y ser castigada por ello? Algo pasa con el compromiso emocional y, sobre todo, con la responsabilidad, donde al ejercerla el castigo social aparece de inmediato, haciendo que esas personas parezcan obsesivas y traspasen límites que son parte de cualquier vínculo emocional.

Nos quedamos con lo superficial, suponemos que lo que vemos en las redes es todo lo que hay de una persona, donde incluso la gente cercana a uno no pregunta más porque supone que ahí está toda la información.

Por otro lado, el discurso social es que necesitamos honestidad y autenticidad, pero cuando se ejercen, las sancionamos, las castigamos y se generan caos porque alguien llora en las redes, se muestra emotivo pidiendo perdón por algo y recibiendo cientos de comentarios sobre lo inadecuado de esa expresión, siendo evaluados como tóxicos o exagerados por expresarse.

Tengo que reconocer que, como psicóloga, me preocupa el doble discurso y que en el siglo XXI sigamos con la definición de que la fortaleza es el arte de aguantar y no el coraje de expresar.

En un mundo donde el concepto de liderazgo está desapareciendo porque tiende a establecer jerarquías, hoy no apunta a lo que necesitamos. Hoy se habla de honestidad emocional, donde ver a alguien que piensa, siente y hace lo mismo tiene el privilegio, por justo trabajo, de ser imitado o seguido en el mal lenguaje de las redes.

Ser auténtico es ser uno mismo, con nuestras luces y nuestras sombras, independientemente de la evaluación del resto. Es ser valiente al ser lo que soy y sentirme orgullosa del camino recorrido. La autenticidad tiene mucho que ver con el amor propio y la humildad profunda que este concepto requiere por el trabajo de autoconocimiento que implica.

¿Cómo no ser humilde si conozco mis sombras y valientemente las trabajo todos los días? ¿Por qué no voy a mostrar lo que soy con toda libertad? ¿Cuánto me preocupa la opinión de los demás como para no mostrar lo que mi alma ha ido moldeando en mi presencia en el mundo? ¿Cuánto tengo que esperar para ser yo en toda la profundidad de lo que soy?

La autenticidad se topa y se coloca al lado de dos grandes ejercicios de vida como son la libertad y la responsabilidad. Sin ellas dos no se puede ser verdaderamente auténtico. En realidad, uno en la vida puede hacer literalmente todo lo que quiere hacer, excepto no pagar las consecuencias. Y si siempre mis actos van a tener un costo, ¿no es mejor pagarlo por ser uno mismo, que pagarlo por ser tal vez el que los otros quieren que yo sea?

No se puede ser auténtico sin saber quién soy, por lo tanto, te invito a trabajar en tu autoconocimiento y empezar a ejercer la voluntad de mostrarlo en todas sus luces y sombras, para que tu niño o niña interior se refleje, y muestres en forma privada y pública la misma persona, sin elaborar personajes que nos atrapan y no nos permiten vivir en honestidad, no solo con los demás, sino sobre todo con nosotros mismos.

Escrito por: Pilar Sordo
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