Ucrania está en guerra con Rusia y el mundo occidental está también en guerra económica y financiera frente a Moscú. Las bombas caen en las ciudades ucranianas mientras en el conjunto de Europa se dispara el precio de las materias primas, el combustible y la electricidad, y Rusia comienza a sufrir la dureza de las sanciones económicas con que las que la UE, Estados Unidos y Reino Unido han respondido ante la invasión ordenada por Putin.
El conflicto bélico desatado en la Europa del Este, convertido ya en la mayor crisis geopolítica desde la Segunda Guerra Mundial, está alcanzado una dimensión económica que va a marcar un profundo punto de inflexión. No solo va a provocar este año un menor crecimiento económico y una mayor inflación sino que dejará cambios drásticos a medio y largo plazo.
Según advertía esta semana en su carta anual Larry Fink, el presidente de BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo, “la invasión rusa de Ucrania ha puesto fin a la globalización que habíamos experimentado en las últimas tres décadas”. El freno a la globalización ya comenzó con la pandemia, cuando los problemas de suministro por las restricciones a la movilidad hicieron evidente la importancia de disponer de los productos básicos más cerca, incluso a costa de que resultaran más caros.
El conflicto en Ucrania llega cuando aún no había terminado de regresar la normalidad a las cadenas de suministro tras la pandemia, un grave contratiempo que supuso el inicio de las tensiones inflacionistas que ahora se han desbocado.
Menos globalización y precios más altos
Más inflación y menos globalización, larvadas ya antes de la invasión rusa, son las tendencias que se han amplificado en el último mes y que prometen prolongarse en el nuevo escenario económico que dejará la guerra. Para Fréderic Leourx, miembro del comité de inversión estratégico de Carmignac, “el conflicto entre Rusia y Ucrania confirmaría el final de la dinámica desinflacionista de los últimos 40 años, basada en una potente integración económica mundial, y daría comienzo a un nuevo orden económico”. Este nuevo orden, añade, estaría marcado por una especie de repliegue en el que favorecer la independencia industrial y energética, “cuya necesidad se ha revelado de forma manifiesta con la actual pandemia y las tensiones geopolíticas”.
La independencia energética se ha convertido de hecho en la máxima prioridad de la Unión Europea, que hasta ahora importa de Rusia el 40% del gas que consume y el 26% del petróleo.
Dependencia energética
La guerra económica frente a Rusia pasa por privar a Putin de la valiosa fuente de ingresos que supone la venta de materias primas, pero Europa no puede renunciar de forma drástica a esas importaciones sin asumir el riesgo de un apagón energético y una grave crisis económica. La ruptura de esa dependencia energética de Moscú será uno de los grandes cambios que dejará la guerra, en un proceso de años y que dejará en todo caso unos precios de la energía más elevados. “La independencia energética es la prioridad estratégica número uno de la UE. Llevará tiempo, más del que espera la mayoría, y exigirá inversiones significativas en infraestructuras de gas”, advierten desde Bank of America. El banco estadounidense calcula que, incluso en un escenario base en el que Rusia no llega a interrumpir el suministro, el precio del gas en Europa se mantendrá este año y en 2023 en niveles hasta seis veces superiores al precio previo a la pandemia.
Las opciones de la UE para rebajar esa dependencia energética de Rusia pasan por buscar fuentes alternativas de energía, como el gas licuado de EE UU o Qatar –que requerirá de la construcción de plantas para su procesamiento en países como Alemania, donde no hay ninguna– o el petróleo de Arabia Saudí y Emiratos Árabes, que de momento se resisten a elevar la producción. También la energía nuclear promete ser una opción –con algunos países decidiendo potenciarla o extendiendo su uso en el tiempo–, así como la mejora de las interconexiones de gas y electricidad a lo largo de la Unión Europea.
“Europa ha aprendido con este conflicto que tiene que depender más de sí misma, no solo en materia energética. Y tendrá que adaptarse a crecer con unos precios de la energía más elevados”, señala Santiago Carbó, director de estudios financieros de Funcas. El impulso previsto al gasto en defensa en la UE es otro de los grandes ejemplos de la profunda huella que va a dejar la guerra en Ucrania y que ya ha llevado a Alemania, en una decisión sin precedentes desde el fin del régimen nazi, a anunciar su compromiso de destinar a gasto militar el 2% del PIB y a crear un fondo de 100.000 millones de euros.
Según explica José Ramón Díez, director de economía y mercados internacionales de CaixaBank Research, el encarecimiento de las materias primas, de las que Rusia es un productor estratégico para los gobiernos y empresas de la UE, es el gran foco del impacto inicial del conflicto. En función de cómo evolucione, se verá mayor o menor tensión en los precios del gas y del petróleo, que en todo caso encontrarán un punto de equilibrio a partir de ahora muy superior al de antes, muy lejos del entorno de los 60 dólares el barril de Brent previo al comienzo de su escalada. En el escenario base que maneja CaixaBank, su precio medio oscilaría entre los 100 y 105 dólares para este año. Ya en el medio plazo, según añade Díez, el efecto de la guerra será “una mayor autonomía estratégica de las grandes economías, la pérdida del impulso globalizador en el que llevamos inmersos desde los años 80. Se ha comprobado la fragilidad de las cadenas de valor”.
Incluso internet o las redes sociales prometen dejar de ser tan globales como hasta ahora, al igual que el sistema financiero, del que se ha excluido a gran parte de la banca rusa con su expulsión del sistema de comunicación Swift –que facilita las transferencias internacionales–. También se ha roto un tabú sobre la universalidad de las reservas de divisas de los bancos centrales. Una de las sanciones más contundentes contra Rusia ha sido de hecho la congelación de sus divisas en moneda extranjera en los bancos centrales occidentales.
Estabilidad financiera y tipos de interés
La mitad de las reservas mundiales del Banco Central de Rusia, más de 600.000 millones de dólares, han quedado congeladas después de que los bancos centrales de los países del G7 decidieran su bloqueo dentro del amplio paquete de sanciones económicas tras la invasión de Ucrania. Tal bloqueo a las reservas es propio de tiempos de guerra, insólito en las últimas décadas. La imposibilidad de Moscú para acceder a esos fondos no ha supuesto por el momento la entrada en default de su economía, aunque las agencias de rating e inversores así lo prevén, con una contracción del PIB ruso que podría llegar este año al 15%, según el Instituto Internacional de Finanzas (IIF).
El claro riesgo de impago por parte de Rusia no ha desequilibrado sin emgardo la estabilidad del sistema financiero internacional. Tampoco el de la zona euro, la región más expuesta por los lazos comerciales y energéticos mantenidos hasta ahora con Moscú. “Rusia es un país relativamente importante en el entorno emergente pero no a nivel global. No hay riesgo de un contagio financiero. Es muy difícil una crisis comparable a la del rublo en 1998, entonces los países emergentes eran mucho más frágiles y había muchos desequilibrios en el sistema financiero del mundo desarrollado”, explica Gonzalo de Cadenas-Santiago, director de análisis macroeconómico y financiero de Mapfre Economics.
La guerra en Ucrania sí ha trastocado la hoja de ruta de los bancos centrales en su retirada de estímulos tras la pandemia. En especial la del BCE, que se debate entre la urgencia de frenar la inflación –motivada en todo caso por problemas de oferta y de costes y no por una mayor demanda y consumo– y la inquietud por proteger el crecimiento económico en un momento de máxima incertidumbre. La economía de la zona euro es de hecho la que se va a ver más afectada por el choque con Rusia.
En Mapfre Economics calculan que el impacto sobre su PIB puede ser este año de medio punto en un escenario de desescalada bélica en los próximos meses, una factura que en cualquier supuesto sería de la mitad para el PIB de EE UU. En el peor de los casos, el de la extensión del conflicto a los países de la OTAN, el impacto en el PIB europeo podría ser este año de hasta cuatro puntos del PIB, un coste demasiado elevado para Europa y también para China, que tiene en la UE a su mejor cliente.
“China necesita a Occidente, no le interesa que se contraiga su economía y contribuirá a apagar el fuego. No se arriesgará a sanciones de la UE y EE UU”, añade De Cadenas-Santiago, para quien Pekín acabará por ser la gran potencia ganadora del conflicto. Aunque cómo sea finalmente el mapamundi económico posterior a la guerra en Ucrania dependerá en todo caso de los estragos que cause.
Fuente: https://cincodias.elpais.com/cincodias/2022/03/25/mercados/1648228207_765869.html