La pandemia nos plantea tantas urgencias que apenas hemos tenido tiempo de preocuparnos por el futuro. Es un sesgo típico: lo urgente nos ciega ante lo importante. Pero lo cierto es que ya sabemos cómo protegernos contra la siguiente crisis vírica. Por un lado se trata de corregir los numerosos errores que hemos cometido durante la actual, pero eso es solo la parte fácil. La parte difícil es convencer a un político de que piense más allá de una legislatura vista. La política actual tiene mucho de manipulación psicológica de masas, y muchísimo de una contabilidad demoscópica diseñada precisamente para medir sus efectos, en un bucle de retroalimentación que genera monstruos. Pero los ciudadanos y las empresas sí están interesados en el largo plazo, aunque solo sea para programar su hipoteca o pagar el traspaso de su local comercial, decidir si formar una familia o esperar 10 años a que los dioses nos sean propicios. A gestionar la única vida que tenemos.

¿Qué nos ha enseñado la covid sobre las futuras pandemias? Es una pregunta importante, porque ningún virólogo duda de que vendrán más. Los europeos sabemos ahora que nuestro rechazo a las mascarillas y las medidas de confinamiento era irracional. La excusa favorita de los gestores sanitarios por haber reaccionado tarde a principios de año es que en esa fecha las sociedades occidentales no habrían aceptado unas medidas que consideraban asiáticas, castrenses y distópicas. Pero esas fueron las medidas que se adoptaron en marzo con una razonable respuesta popular, y los prejuicios no cambian en dos meses. También sabemos ahora que las economías nacionales tienen que estar preparadas para apoyar a las pequeñas empresas obligadas a cerrar y al chorro de gente que pierde su empleo. La ortodoxia económica sostiene que no es el momento de subir impuestos, pero ese momento tendrá que llegar en tiempos de paz, cuando todos se hayan olvidado del SARS-CoV-2.

También sabemos ahora que es posible desarrollar una vacuna en 10 meses, lo que hace 10 meses habría parecido un cuento gótico. Pero la razón última de ese hito tecnológico es que los científicos llevaban años y décadas atesorando el conocimiento básico necesario. Por eso las vacunas rápidas se han desarrollado en potencias científicas como Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido, un club del que aún no somos parte. El 1,2% del PIB que España dedica a la investigación básica y aplicada es una vergüenza para la supuesta cuarta economía europea, cuando los países vecinos duplican esa cifra. Tenemos investigadores de primera línea, pero necesitamos el doble. También debemos revisar la estructura de nuestra industria, porque la deslocalización no ha funcionado bien ni con las humildes mascarillas ni con los medicamentos avanzados.

El filósofo del CSIC Txetxu Ausín dice que “la anticipación es un deber ético”, y que necesitamos una “vacuna social” contra la próxima pandemia, una vacuna contra la pobreza, la desigualdad y la desinformación que afectan sobre todo a las clases desfavorecidas. Este es el tiro más largo de todos, pero también el más importante.

Fuente: https://elpais.com/ciencia/2020-11-17/lecciones-de-una-pandemia.html

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